Oración de Voltaire

Voltaire, "Tratado sobre la Tolerancia" capítulo XXIII :


Ya no es por lo tanto a los hombres a los que me dirijo, es a ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos: si está permitido a unas débiles criaturas perdidas en la inmensidad e imperceptibles al resto del universo osar pedir¬te algo, a ti que lo has dado todo, a ti cuyos decretos son tan inmutables como eternos, dígnate mirar con piedad los errores inherentes a nuestra naturaleza; que esos errores no sean cau¬santes de nuestras calamidades.
Tú no nos has dado un corazón para que nos odiemos y manos para que nos degollemos;
haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera;
que las pequeñas diferencias entre los vesti¬dos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todos nuestros idiomas insuficientes, entre todas nuestras costumbres ridícu¬las, entre todas nuestras leyes imperfectas, entre todas nuestras opiniones insensatas, entre todas nuestras condiciones tan des¬proporcionadas a nuestros ojos y tan semejantes ante ti;
que todos esos pequeños matices que distinguen a los átomos lla¬mados hombres no sean señales de odio y persecución;
que los que encienden cirios en pleno día para celebrarte soporten a los que se contentan con la luz de tu sol;
que aquellos que cubren su traje con una tela blanca para decir que hay que amarte no detesten a los que dicen la misma cosa bajo una capa de lana negra;
que dé lo mismo adorarte en una jerga formada de una antigua lengua o en una jerga más moderna;
que aquellos cuyas vestiduras están teñidas de rojo o violeta, que mandan en una pequeña parcela de un pequeño montón de barro de este mundo y que poseen algunos fragmentos redondeados de cier¬to metal, gocen sin orgullo de lo que llaman grandeza y riqueza y que los demás los miren sin envidia: porque Tú sabes que no hay en estas vanidades ni nada que envidiar ni nada de que enorgullecerse.
¡Ojalá todos los hombres se acuerden de que son herma¬nos!
¡Que odien la tiranía ejercida sobre sus almas como odian el latrocinio que arrebata a la fuerza el fruto del trabajo y de la industria pacífica!
Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos odiemos, no nos destrocemos unos a otros en el seno de la paz y empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir por igual, en mil lenguas diversas, desde Siam a California, tu bondad que nos ha concedido ese instante.